En una situación tan competitiva como la actual, una
empresa no puede permitirse empleados que no lo sean.
Se necesitan personas muy diversas para optimizar el
funcionamiento de una empresa, pero unas cuantas manzanas podridas pueden echar
a perder toda la efectividad de la organización. Y en los tiempos que corren,
las empresas y directores de Recursos Humanos no pueden permitirse el lujo de
mantener estas personas que además, cuanto más tiempo pasa, más dañinas son.
Según Steve Tobak, colaborador de Forbes, hay siete tipos de empleado que hay
que despedir cuanto antes.
1. Los perturbadores. Son aquellos que crean más problemas de los que solución, que sus daños hacen más efecto en la organización que sus logros, y no hay manera de poner fin a sus disfunciones. No estamos hablando de un momento concreto, porque malos momentos tenemos todos, sino una posición endémica que el propio trabajador no tiene intención de cambiar.
2. Los que prometen mucho y dan poco. Algunas personas tienen imágenes de sí mismos excesivamente desarrolladas y prometen que pueden hacer cualquier cosa, pero pronto se descubre que sus capacidades no le acompañan, o al menos no en esa posición. Es un problema real que debe resolver la propia persona, la de encontrar dónde encaja mejor y por lo tanto no tiene que engañar a nadie.
3. Las que infravaloran los clientes. No importa si se trata de tiene un pequeño negocio o de una multinacional: los clientes son difíciles de ganar y fácil de perder. La última cosa que una empresa necesita en este momento un trabajador, sea en la posición que sea, que no se esfuerza por mantener a los clientes.
4. Los vagos. La empresa es responsable de dejar claras las responsabilidades de los trabajadores y poner a su disposición las herramientas necesarias, pero el trabajador tiene que poner todo su empeño en hacerlo. Y siempre los habrá que no lo hacen simplemente por pereza, porque esta es su actitud ante la vida, y desde luego son una de las mayores lacras de la productividad.
5. Los que se escaquean. Hacen ver que sí, pero cuando se trata de tirar del carro, ellos nunca empujan. Serán productivos con las tareas más fáciles, o las que requieren menos concentración, pero no se puede contar con ellos para el trabajo duro. En momentos como el actual se necesitan trabajadores que si hay que echar una mano en un campo que no es el suyo, lo hagan.
6. Los que se quejan. Evidentemente hay reclamaciones muy legitimas que actualmente son difíciles de plantear, pero otra cosa es que un trabajador emplee la mitad de su tiempo en litigar con sus compañeros y superiores. La empresa no puede ceder ante el comportamiento de un empleado que no ha dedicado tiempo a producir por estar pensando en la próxima queja.
7. Los que desobedecen las normas. Cualesquiera que sean las normas de la empresa, más o menos rígidas, más o menos compartidas, forman parte de su cultura y están diseñadas para ser cumplidas. Un trabajador está en su derecho de discutir un aspecto con el que difiera, pero no de saltarse las normas establecidas cada vez que le apetezca y de forma continuada.
Si ahondamos en los motivos por los que un buen trabajador se siente estresado, la mayoría de las veces es por los distintos tipos de compañeros que no le dejan desempeñar correctamente su trabajo. Así que si no se dejan cambiar, lo más conveniente que puede hacer una empresa es deshacerse de los obstáculos a su mejor talento.
1. Los perturbadores. Son aquellos que crean más problemas de los que solución, que sus daños hacen más efecto en la organización que sus logros, y no hay manera de poner fin a sus disfunciones. No estamos hablando de un momento concreto, porque malos momentos tenemos todos, sino una posición endémica que el propio trabajador no tiene intención de cambiar.
2. Los que prometen mucho y dan poco. Algunas personas tienen imágenes de sí mismos excesivamente desarrolladas y prometen que pueden hacer cualquier cosa, pero pronto se descubre que sus capacidades no le acompañan, o al menos no en esa posición. Es un problema real que debe resolver la propia persona, la de encontrar dónde encaja mejor y por lo tanto no tiene que engañar a nadie.
3. Las que infravaloran los clientes. No importa si se trata de tiene un pequeño negocio o de una multinacional: los clientes son difíciles de ganar y fácil de perder. La última cosa que una empresa necesita en este momento un trabajador, sea en la posición que sea, que no se esfuerza por mantener a los clientes.
4. Los vagos. La empresa es responsable de dejar claras las responsabilidades de los trabajadores y poner a su disposición las herramientas necesarias, pero el trabajador tiene que poner todo su empeño en hacerlo. Y siempre los habrá que no lo hacen simplemente por pereza, porque esta es su actitud ante la vida, y desde luego son una de las mayores lacras de la productividad.
5. Los que se escaquean. Hacen ver que sí, pero cuando se trata de tirar del carro, ellos nunca empujan. Serán productivos con las tareas más fáciles, o las que requieren menos concentración, pero no se puede contar con ellos para el trabajo duro. En momentos como el actual se necesitan trabajadores que si hay que echar una mano en un campo que no es el suyo, lo hagan.
6. Los que se quejan. Evidentemente hay reclamaciones muy legitimas que actualmente son difíciles de plantear, pero otra cosa es que un trabajador emplee la mitad de su tiempo en litigar con sus compañeros y superiores. La empresa no puede ceder ante el comportamiento de un empleado que no ha dedicado tiempo a producir por estar pensando en la próxima queja.
7. Los que desobedecen las normas. Cualesquiera que sean las normas de la empresa, más o menos rígidas, más o menos compartidas, forman parte de su cultura y están diseñadas para ser cumplidas. Un trabajador está en su derecho de discutir un aspecto con el que difiera, pero no de saltarse las normas establecidas cada vez que le apetezca y de forma continuada.
Si ahondamos en los motivos por los que un buen trabajador se siente estresado, la mayoría de las veces es por los distintos tipos de compañeros que no le dejan desempeñar correctamente su trabajo. Así que si no se dejan cambiar, lo más conveniente que puede hacer una empresa es deshacerse de los obstáculos a su mejor talento.
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José G. Quintero E.
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