viernes, 14 de noviembre de 2014

Gestionar la calidad sin volverte un esclavo de ella.


La gestión de la calidad es un arma de doble filo. Prácticamente nadie discute que se debe tener un servicio de calidad para competir en el mundo de hoy. Sin embargo, cuando hablamos de instalar un sistema de calidad, lo piensan dos veces…

Es que gestionar la calidad se ha vuelto sinónimo de burocracia, de generar una serie de papeles que hay que mantener, de comenzar a luchar para que la gente acepte nuevas tareas de documentación, a las que sabemos que se resisten, de prepararse para auditorías… Y todo esto es más carga de trabajo para todos, que muchas veces no se justifica por los beneficios que traerá.

¿Qué sucede entonces? Si hay necesidad por contar con alguna certificación de calidad, porque los clientes lo exigen, o porque no puedes competir sin ella, no te queda otra que embarcarte en el proyecto. Pero si no tienes esa necesidad, ¿para qué?

Yo no discuto a quienes piensan así. Tienen razón. Es demasiado trabajo para un resultado que no lo vale. Pero el problema es que ESE resultado no lo vale! El problema es que la mayoría de quienes instalan un sistema de gestión de la calidad, terminan siendo esclavos de ese sistema.

En un foro especializado en gestión de la calidad he leído una pregunta que dice: “alguien me podrían informar cual es la importancia de mantener un certificación, ya que a mi director veo como que no se convence con las certificaciones.”

Y una respuesta:

“El objetivo o meta de toda organización es vender, mejorar, ser eficiente cada día en los procesos, indicadores, desempeño del personal, competencia, etc.

Un sistema de gestión de la calidad ayuda a mejorar estos aspectos, siempre y cuando esté bien implementado (…).

Cuando el sistema lo implementamos por cumplir un requisito pierde su esencia, y pierde interés, cuando lo implementamos con el deseo y propósito de mejorar, se convierte en un hábito y buena disciplina.”

Si realmente el sistema incrementara la satisfacción de los clientes, organizara el trabajo interno, hiciera más eficientes las tareas… entonces la cosa cambia.

Ese resultado sí vale un esfuerzo. Y en realidad, cualquier sistema de calidad debería producir estos efectos.

¿Por qué los sistemas de calidad no funcionan?

Porque comienzan con el enfoque invertido. Se piensa que para mejorar la calidad del servicio, se debe iniciar un proceso de certificación de una norma. En una ocasión un lector me dijo “es como querer empezar la casa por el tejado”, y me pareció una imagen muy acertada.

El tejado:

Es lo que cierra la casa, pero nunca se puede comenzar por ahí. Iniciar por los cimientos, luego los muros y recién el tejado. Los cimientos de un sistema de calidad son el involucramiento de todos los integrantes de la organización con un único fin: satisfacer al cliente.

Los cimientos:

La gente debe estar convencida de que todos dependen del cliente, que es quien sustenta a la organización, le da sentido y propósito. Por lo tanto, satisfacer al cliente es garantizar la fuente de su propio trabajo y futuro. Tanto para los empleados como para los dueños o accionistas

Los muros:

A partir de ese enfoque claro, comenzaremos a buscar el modo de mejorar nuestros procesos para que sean más satisfactorios para el cliente. Este es el trabajo que ordena las operaciones, que permite encontrar las mejores prácticas para cada proceso. Permite ser eficientes y producir resultados que impacten positivamente en el cliente.

El techo:

Finalmente, consolidamos esas prácticas en sistemas de gestión, para que no dependan de la buena voluntad, memoria, capacidad o ganas de trabajar bien de cada empleado. El sistema permite estandarizar los mejores métodos de trabajo para que día a día, cada empleado, pueda servir a cada cliente con la misma excelencia.

El tejado:

Una vez instalado este sistema, la casa está habitable. En ese momento ya se le puede dar forma con una certificación, si la organización lo considera oportuno. ¡Pero nunca antes!

Sostener un tejado sin estructura es una misión imposible. Se debería mantener en su lugar teja por teja, un trabajo ridículo. Desde arriba es posible que parezca una casa, pero basta entrar para comprobar que no hay nada debajo del tejado y que, además, todos están ocupados en sostenerlo en un trabajo tan arduo como inútil.



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José G. Quintero E.
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